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Capítulo 392
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Capítulo 392

Fabiana estaba atrapada entre el temor de ver su reputación manchada y el preque la familia Sabín tendría que pagar si el proyecto no se realizaba. Esas dos posibles consecuencias la desgarraban por dentro.

Ninguna de ellas era algo que pudiera soportar.

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Jamás hubiera imaginado que tendría que enfrentarse a tales miedos y decisiones. Se sentía completamente perdida y confundida.

Lorenzo se la vuelta y al verla pálida, no pudo evitar fruncir el ceño: “¿Qué pasa?”

Ella volvió en sí, negando con la cabeza: “Nada. Es que he estado tan ocupada arreglando los planos, que no he dormido bien últimamente y mi cuerpo se está resintiendo.”

Su abuelo preocupado, le dijo: “Entonces es mejor que te vayas a descansar ya mismo, no vayas a terminar hecha polvo por querer complacernos.”

Fabiana asintió: “Sí, eso haré.”

Se despidió de Manuel, Lorenzo y los demás, y se fue a su habitación.

Fallegó a casa, teniendo en mente la hospitalización de Eduardo. Era una excelente oportunidad para estrechar lazos.

No era difícil averiguar en qué hospital estaba ingresado.

Gracias a los dos años que Amelia pasó casada con Dorian y usando su relación de consuegro, Fabio había hecho contactos en diferentes sectores gracias a su habilidad para socializar.

Consultó en varios hospitales y no tardó en encontrar el lugar donde estaba Eduardo, incluso consiguió el número de su habitación y se enteró de que había sido ingresado por un derrame cerebral. Aunque ya estaba consciente, su estado no parecía mejorar.

Así que su oportunidad.

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Conocía a un especialista en neurocirugía y pensó que si lograba conectar a Eduardo con él y conseguía que se recuperase, el hombre le estaría eternamente agradecido.

Esos pensamientos lo emocionaron y se preparó con esmero para llevarle un regalo a Eduardo, escogiendo un día auspicioso para la visita.

Los últimos años no habían sido buenos para su carrera y Fase había vuelto bastante supersticioso.

Sin embargo, no esperaba que su cuidadosa preparación se viera frustrada incluso antes de llegar a la puerta de la habitación, donde dos hombres robustos con pinta de guardaespaldas lo detuvieron.

Desconcertado, trató de explicar con cortesía:

“El Sr. Ferrer es mi consuegro,he enterado de que está enfermo y he venido a visitarlo.”

Mientras hablaba, sacó su tarjeta de visita para demostrar su identidad.

Sin prestarle mucha atención, los guardaespaldas le devolvieron la tarjeta.

“Lo siento, señor Soto, pero el señor Ferrer no se encuentra bien y no puede recibir visitas.”

“¿Pero no recibió al Sr. Sabín hace unos días?” Farecordó que Lorenzo había ido a visitarlo.

“Es cierto que el señor Ferrer se encontraba algo mejor esos días, pero ha vuelto a empeorar,” dijo el guardaespaldas más alto mientras empujaba a Fahacia la salida. “Por favor, regrese a su casa y transmitiremos su mensaje.”

Fano pensó que fuera un rechazo personal, ya que la salud de Eduardo parecía fluctuar. Preocupado, no insistió y entregó la caja de regalo y la canasta de frutas a los guardaespaldas: “Entonces, por favor entreguen estos regalos. Díganle al señor Ferrer que descanse mucho y se cuide. Si necesita algo, que no dude en pedírmelo. Conozco a un excelente especialista en neurocirugía que podría ser de ayuda.”

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“Por supuesto, tenga usted buen día,” respondieron los guardaespaldas, aceptando los regalos y acompañándolo al

ascensor.

Pero justo antes de irse, Faalzó la voz hacia la puerta de la habitación: “Cuídese, consuegro, volveré a visitarlo otro

día.”

Los guardaespaldas casi se le van encima para silenciarlo.

Eduardo, que ya estába despierto, yacía en la cama del hospital con un semblante de absoluta desolación, apenas manteniéndose con vida.

Su cabeza se sentía dolorida y confusa, además su cuerpo inmóvil le causaba gran sufrimiento.

Cintia estaba allí, con una paciencia de santo, tratando de convencer a Eduardo que se tragase al menos un poco de la sopita de pollo que le había preparado con tanto amor. Después de mucho esfuerzo, consiguió que tomara un sorbito, pero antes de que pudiera siquiera saborearlo, una frase lanzada al aire por Facasi hace que Eduardo la dejara para siempre.

Eduardo sintió cómo la presión le subía hasta la cabeza y con un suspiro de frustración que sonó más a “mal agüero“, dejó la sopa, cerrando los ojos con dolor.

Cintia hirviendo de ira, dejó caer el tazón de sopa con un golpe seco, se levantó de un salto y abrió la puerta de golpe, lista para montar un escándalo. Pero ya era demasiado tarde, Fahabía sido escoltado por su guardaespaldas al

ascensor.

Cuando Cintia intentó seguirlo, otro guardaespaldas que cuidaba la entrada la empujó suavemente hacia adentro, evitando que los dos se encontraran cara a cara.

Dorian se enteró de la visita de Faal hospital donde estaba Eduardo solo unos minutos después de que ocurriera.

Después de que el guardaespaldas había enviado a Faa volver por donde vino, le reportó todo lo sucedido a Dorian con lujo de detalle.

“¿Cómo está el Sr. Eduardo ahora?”

Dorian preguntó, sabiendo que con la fragilidad de Eduardo, la visita de Faera menos un gesto de buena voluntad y

más una sentencia de muerte.

“Todo sigue igual, no hay grandes cambios por ahora,” respondió el guardaespaldas.

“Está bien, gracias por la información y tu esfuerzo,” dijo Dorian antes de colgar el teléfono y soltar un largo suspiro.

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Él había estado evitando visitar a Eduardo en sus momentos de lucidez después de que el primer encuentro en el hospital resultara en una segunda hemorragia y operación. Según lo que Pamela le había contado, la recuperación de Eduardo no iba nada bien, balanceándose constantemente en el filo de la navaja.

Por primera vez, Eduardo lo había hecho sentìr totalmente impotente.

Era una persona obstinada, que ni con la zanahoria ni con el garrote cambiaba de opinión. Y ahora, con Fametido en la mezcla, un hombre cuya naturaleza no era ni del todo mala ni completamente inofensiva, pero que era extremadamente escurridizo y lleno de trucos sin tener la menor idea de cómo leer el ambiente, si estos dos chocaran, Eduardo podría acabarse desplomando de nuevo.

No era realista esperar que esos dos no se cruzaran nunca en la vida.

Lo único que Dorian podía hacer ahora era asegurarse de que durante la recuperación de Eduardo, tuviera el tiempo y

la paz necesarios para sanar.

Con otro largo suspiro, miró su reloj, marcando las 6 en punto, la hora de salida del trabajo.

Empujó el teclado lejos de él y sé levantó, tomando las llaves de su coche antes de dirigirse hacia la puerta.

La gente en la oficina seguía con su ajetreo habitual, ya acostumbrados a que Dorian se marchara puntualmente desde que anunció la llegada de su hija con un bombo y platillo tan estruendoso que ya no se había quedado a trabajar horas

extras ni una sola vez.

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Él se dirigió directamente al decimoséptimo piso.

Al ver al jefe entrar a través de las puertas de cristal que se abrían automáticamente, los empleados del Estude Arquitectura Esencia–Rufino no mostraron sorpresa alguna.

Dorian caminó directamente hacia la oficina de Amelia, pero justo antes de llegar a la puerta, se detuvo un instante.

Amelia estaba discutiendo un proyecto con Rafael,

Ella estaba sentada en su silla de oficina y su colega de pie a su lado, con una mano apoyada en el respaldo de la silla y la otra señalando algo en el monitor. Se inclinaba hacia ella para explicarle algún detalle.

Amelia levantaba levemente la cabeza para escuchar.

El era un derroche de guapura y ella emanaba dulzura. La escena era tan agradable a la vista que casi dolia mirarla.

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