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Heredera divorciada Novela de Juliany Linares

Chapter 3
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Traición.

Quince minutos llevaba estacionada a las afueras de Lancaster Collection, cada vez que tomaba valor para entrar de una vez por todas, volvían los pensamientos negativos.

¿Y si no lo quiere?

¿Y si se enoja conmigo?

A la mierda todo, no tenía porqué tener miedo, si no lo quiere, le daré amor doble a mi bebé, y si se enoja, que se enoje, ambos somos responsables de este inesperado embarazo, somos una pareja “felizmente” casados, somos adultos maduros y conscientes.

Tomé una bocanada de aire y salí de mi auto con la pequeña caja de regalo en mi mano, los nervios estaban a flor de piel, sentía los latidos de mi corazón en mis oídos, ¿cómo es que esto puede ser tan complicado?

No, la verdadera pregunta es, ¿por qué hago esto tan complicado?

Es tan simple llegar a su oficina, saludarlo, entregarle la caja de regalo y esperar su reacción.

Espero que sea tan sencillo como eso.

Me escabullí entre los trabajadores que iban desesperados y estresados de un lado a otro, la empresa siempre se volvía un verdadero estrés cuando estaban por lanzar una nueva colección.

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No me tomé el atrevimiento de anunciarme, porque quiero que todo sea una sorpresa. Entré al elevador cuando estaba apunto de cerrarse y me acomodé en una esquina mientras miraba mi celular para que el cabello cubriera mi rostro y las personas a mi lado no me reconocieran.

Puede que parezca tonto, pero sentía que si alguien se daba cuenta que estaba en la empresa, le avisarían a Alex y la sorpresa se arruinaría.

Pequeños detalles que para mi son importantes.

La única prueba que me faltaba por pasar, era la de su secretaria, aunque corrí con suerte cuando no la encontré en su lugar al llegar al piso de presidencia.

Bueno, ya estoy aquí y no hay marcha atrás.

Apenas puse la mano en el pomo de la puerta y me quedé inmóvil al escuchar el escándalo que había del otro lado, mi corazón dio un vuelco mientras rogaba que esto fuera un malentendido, que aquellos gemidos fueran producto de mi imaginación y de los nervios que no abandonaban mi ser ni por un mísero segundo.

Estuve a nada de dar media vuelta e irme de ahí, intentando convencerme que no era lo que pasaba por mi cabeza, pero vi a la secretaria de Alex saliendo del ascensor y entré en pánico.

Abrí la puerta de la oficina de Alexander y entré sin dudar, encontrándome con la peor escena de mi vida.

Tragué en seco, en un intento por desaparecer el nudo que se formó en mi garganta, pero era imposible, no podía creer lo que estaba viendo, ¿cómo si quiera se me pasó por la mente que podía ser un malentendido? Qué estúpida.

Mi esposo teniendo sexo con mi mejor amiga.

Las personas en las que más confiaba, después de mis padres, los que conocí hace años en una clase compartida en la universidad, ese par de personas que no merecían ser llamados esposo y mejor amiga.

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Ambos me miraron sorprendidos y se cubrieron de inmediato, como si ya no los hubiese visto como Dios los trajo al mundo.

— ¿Qué estás haciendo aquí? —fue lo primero que me preguntó Alexander con su voz gélida y evidentemente enfadado.

¿Qué hago aquí? Esa era una buena pregunta y tenía la respuesta más hermosa, al menos para mí, pero después de encontrarlos follando en la oficina de Alexander y mientras yo “estaba” de viaje, me hacía la misma pregunta.

¿Qué hago aquí?

¿Qué hago con un hombre que se volvió tan frío conmigo, al que dejé de interesarle?

¿Qué hago mendigando atención o una caricia de ese hombre por el que dejé todo?

¿Qué hago yo, aguantando todo esto, su indiferencia, las humillaciones de su familia, su infidelidad, su traición?

— Ahora todo tiene sentido. —dije pensando en el poco interés de su parte hacía mí los últimos meses. Las lágrimas nublaban mi visión, pero no dejé que se me derramara ni una sola. —No esperaba esto de ti, Rachel.

Tomé una bocanada de aire, no iba a armar un escándalo en el piso de presidencia y aunque es lo mínimo que se merecen, mis principios me lo impiden, lo mejor que podía hacer era dejar esto hasta aquí, no le iba a reclamar nada a ninguno de los dos, tampoco quería escuchar las explicaciones, si es que querían excusarse, aunque por la expresión de enojo de Alex y la casi inexistente sonrisa burlona de mi “amiga”, sabía que no iba a recibir ni siquiera una disculpa.

— Señor, disculpe, no me di cuenta en qué momento llegó la señora Lancaster. —miré sobre mis hombros a la secretaria que había llegado quien sabe en qué momento y se cubría el rostro para no ver los exhibicionistas sobre el sofá.

Pero claro, no iba a faltar la cómplice de estos dos y por supuesto que se disculpaba porque acaba de meter la pata y probablemente, el error de dejar que yo siguiera hasta la oficina del señor, le cueste el empleo o tal vez una buena tajada de su sueldo.

— Increíble, todos me veían la cara de estúpida. —solté una leve risa sin gracia y por inercia escondí la caja de regalo detrás de mi espalda.

Este no era un buen momento para dar la noticia de mi embarazo, tampoco creo que lo sea mañana, ni en una semana, ni en un mes o un año.

La secretaria agachó la cabeza evidentemente apenada conmigo y se dio media vuelta para abandonar la oficina.

— Sarah, vete a la casa, allá hablaremos. —dijo mientras se subía los pantalones, Rachel por su parte, se puso de espaldas para vestirse resignada.

Vergüenza debería darles.

— No, Alexander, no hablaremos en la casa, ni en ningún otro lugar, vamos a ahorrarnos todo esto, es más que evidente que dejaste de quererme, si es que alguna vez lo hiciste, este matrimonio no tiene sentido, prefieres las caricias de otra antes que la de tu mujer, juraste amarme y respetarme, pero ese juramento te quedó grande. Te dejo libre para que hagas y deshagas. —me saqué el anillo de matrimonio, aprovechando que ninguno de los dos me veían, así no se daban cuenta de la caja de regalo que tenía en mi mano, y le dejé el anillo sobre el escritorio. —Te haré llegar el acta de divorcio.

Di media vuelta y salí de la oficina con la sangre hirviendo, con el corazón roto en miles de pedazos y las alas destrozadas, lo único que me mantenía fuerte y con la frente en alto, era mi hijo que crecía en mi vientre, la única persona que se merece que le entregue todo mi amor.

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Una rebelde lágrima se escapó de mi ojo y justo cuando estaba por llegar al elevador escuché la voz femenina de aquella mujer que una vez le llamé mejor amiga, a la que le confíe hasta lo más íntimo y terminó siendo más falsa que el hasta que la muerte nos separe de Alexander.

— Sarah, yo… —levanté mi mano en modo de stop, para que no siguiera hablando, no quería escuchar lo que tenía para decirme, en este momento, era una desconocida para mí.

— No quiero escucharte, Rachel, no pretendo armar un escándalo en la empresa de Alexander, solo aléjate de mí, no eres quien creí que eras. — dije al recordar su expresión cuando los encontré en la oficina, su cara de satisfacción nunca se iba a borrar de mi memoria.

— Por eso no eres nadie, créeme me estás ahorrado mucho con esto, no te extrañes cuando veas en las revistas la gran boda de Alexander Lancaster y Rachel Duncan, como debió ser desde un principio, gracias por dejarme el camino libre. —la miré con una sonrisa amarga en mi rostro y fue inevitable soltar un suspiro de, ¿alivio? ¿Pena?

Sí, pena por ella, por lo bajo que ha caído por creer que está ganando mucho con esto, por pensar que esto era una competencia por ver con quién se quedaba Alexander.

Se lo regalo envuelto en papel de regalo y no acepto devoluciones.

— Me da tanta lástima tus pensamientos tan mediocres, crees que has ganado mucho, pero más he ganado yo, al librarme de un par de víboras como ustedes, porque perdiendo también se gana. Muchas felicidades, amiga, que lo disfrutes. —le regalé una falsa sonrisa de medio lado y su ceja enarcada con fastidio me dio a entender que esperaba otra reacción de mi parte, que enloqueciera y terminara gritándole a la cara o incluso golpeándola.

Pero no.

Esa no era Sarah Doinel, había algo más doloroso que los golpes y algo que aturdía más que los gritos, las palabras y la indiferencia, y es que se nota que todo aquello que le dije, la desestabilizó, quería joderme, pero la que va a terminar más jodida es ella.

— Pues, yo he ganado millones de dólares, los mismos que tú estás perdiendo. —dijo como si aquello hubiese sido mi estocada final, como si yo hubiese estado con Alexander por su dinero, cuando en realidad no llegué a tocar ni un centavo.

— Hablamos cuando tu mentalidad no sea tan pobre y vacía. —le di una última mirada de pie a cabeza y vi de reojo a Alexander, quien salía de su oficina tan tranquilo, que nadie se daría cuenta que hace unos minutos estaba tirándose a mi ex mejor amiga.

Retomé mi camino al ascensor antes de que se acercara a decirme algo, no quería verlo, me producía tanto asco en este momento, quería vomitar y no estaba segura si era por el embarazo o por el remolino de sentimientos que estoy teniendo en este instante.

No me había dado cuenta de la mirada de algunos curiosos que disfrutaron del pequeño espectáculo y la mayoría me miraban como si hubiese salido de un ring de boxeo sin un rasguño.

Entré al elevador acompañada de algunos trabajadores que conozco, sin embargo, no sé atrevieron a saludarme, de hecho, el silencio era tan abrumador que aturdía.

Salí disparada hasta mi auto, ignorando el desastre que aún había en recepción, mis manos sostenían con fuerza la caja de regalo, tenía miedo que en cualquier momento se resbalara de mis manos, el nudo en mi garganta se hacía cada vez más grande y me resultó extraño que hubiese hablado con Rachel sin que se me quebrara la voz.

Las lágrimas amenazaban con escapar y no me dejaban ver a la perfección, aún así, llegué al auto e hice lo que quise hacer desde que escuché el primer gemido en la oficina de Alexander.

Llorar.