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¿Tuvimos un hijo

Capítulo 226
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¿Cómo puede ser Elías? Anastasia quedó confundida por unos segundos. Luego, arrugó el ceño. —

¿Por qué estás aquí? —Extrañaba a Alejandro, así que aquí estoy—expresó el hombre. Anastasia le

bloqueó el paso. —Mi hijo está dormido. ¡Intenta la próxima vez! Elías observó cómo le bloqueaba el

paso, por lo que entrecerró los ojos. — ¿Estás molesta sólo porque tuve una cena con Helen? Ella de

inmediato abrió los ojos y se le quedó viendo como si fuera a darle un fuerte golpe. — ¿Molesta?

¿Quién? Tú puedes ir a comer con quien tú quieras, así que ¿por qué estaría enojada contigo? No soy

nadie para ti. Justo entonces, la voz de un hombre salió de la habitación principal. —Anastasia,

¿tienes un destornillador en tu casa? ¿Me lo prestas? Aquellas palabras hicieron que el hombre de la

entrada tuviera el semblante oscuro. «¿Hay otro hombre en la casa de esta mujer?» — ¿Estás

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escondiendo a un hombre en tu casa?—Elías se le quedó viendo. Después, Anastasia recordó que

Óliver estaba arreglando su computadora. De pronto pensó en algo y levantó una ceja a propósito. —

Presidente Palomares, no es el mejor momento para mí tener invitados, así que váyase por favor.

Aquel hombre entrecerró los ojos y la miró con una mirada de pocos amigos. Luego, la hizo a un lado

y se abrió paso. —Oye, Elías… Elías se dirigió hacia la puerta del cuarto principal y vio a un hombre

agachado y trabajando en el ordenador. Óliver estaba desarmando la placa madre cuando sintió un

escalofrío en su espalda, como si alguien lo tuviera en la mira. Al final, no pudo evitar girar. Un hombre

alto estaba en la puerta con una mirada sombría. Óliver se asustó y por accidente rozó su la palma de

su mano contra una esquina afilada del ordenador. La herida en su mano comenzó a sangrar.

Anastasia llegó cuando vio a Óliver fijándose en su mano. Ella hizo a un lado al hombre de la entrada.

—Óliver, ¿te lastimaste la mano? Déjame ver. Dicho esto, Anastasia se agachó y tomó la mano de

Óliver. Sintió pena al ver la herida. —Espera aquí. Iré por unas gasas para ti. El hombre en la puerta

sintió como si le acuchillaran el corazón con dolor al ver tal escena. Ella no sólo estaba ocultando a un

hombre, sino que también estaba en su habitación arreglando su computadora en la noche. Cabe

destacar que este hombre se acaba de lastimar la mano y ella reaccionó de inmediato. Óliver se

apresuró a decir: —Está bien. No es nada. Sólo pásame un destornillador, gracias. No obstante,

Anastasia salió y quedó frustrada por cierta persona en su camino. —Mucho ayuda el que no estorba,

Elías. Esa tal persona frunció la mirada y miró a Óliver con ganas de fulminarlo. Cuando cruzó su

mirada de inmediato se dio cuenta de lo que la gente se refería cuando estaban en la presencia de un

rey todopoderoso. Estaba temblando tanto que sintió que su corazón se estremecía; el semblante de

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ese hombre daba miedo. Anastasia llegó con el botiquín de primeros auxilios. Ella se apresuró a

abrirlo, tomó la mano de Óliver, desinfectó la herida y luego la envió con una gasa. Entonces, un

pequeño niño de la habitación contigua apareció. Él exclamó con sorpresa: — ¡Señor Palomares!

¿Por qué está aquí? La fría expresión de la cara de Elías cambió una sonrisa cálida. —Sí, pasé por tu

casa y vine a visitarte. —Mami, el señor Palomares está aquí—el pequeñín tocó su cabeza— ¿El

señor Rosales se lastimó? Elías quedó pasmado una vez más. «¿Incluso el niño estaba preocupado

por este hombre? ¿Quién es él? Sólo me fui por una semana y ya tiene a una persona favorita?» —No

es nada serio. ¿Podría llevar mi computadora a mi casa, Anastasia? Te la traeré mañana. Te prometo

que la arreglaré. —Por favor, ¿cómo podría? Ya estás cansado del trabajo, ¿cómo podría hacer que

trabajes más tiempo para arreglar mi computadora? —No es nada. Tengo herramientas en casa, así

que podré trabajar más rápido si te la traigo mañana. Ustedes descansen—Óliver procedió a llevarse

la computadora de Anastasia. En la puerta, él miró a Elías con cortesía sólo para encontrarse con un

semblante sombría. «¡Su mirada es tan sombría!»