CAPÍTULO 58. Quiero que vuelvas a ser feliz Meli no podía pensar, ya no era capaz. Lo único que
sabía era que después de todo aquel tiempo, Nathan King seguía despertando en ella sensaciones
que no podía ignorar. Su piel vibraba bajo su calor, la sangre se descontrolaba en sus venas y a pesar
de que estaban completamente pegados, para ella no era suficiente.
Jadeó cuando sintió sus besos bajando por su cuello, sus manos por su espalda y Nathan la levantó
por las nalgas para hacerla cerrar las piernas a su alrededor.
-A la izquierda – dijo Meli entre besos, …tu otra izquierda. La puerta… Nathan abrió la cerró luego con
el pie, mientras la llevaba a la cama. La besó con desesperación, porque el hambre que había sentido
por ella durante todos aquellos meses había despertado a aquella fiera que había en él. Acarició y
besó cada centímetro de su piel mientras la desnudaba, deseando que no terminara nunca. Se sentía
completamente vulnerable, dejándose llevar por las sensaciones que aquella mujer despertaba en él,
pero también adoraba eso.
La hizo caer de espaldas en la cama y la escuchó reír.
– Solo te falta la música, viejito-susurró ella.
– No te rías, que sé que esto te encanta. Meli se mordió el labio inferior mientras él se quitaba la ropa
con movimientos lentos y sensuales. Tenía los músculos definidos y tensos, como para pasarle la
lengua hasta gastarlo. Pero ni siquiera había terminado y Meli no pudo aguantarse más. Tiró de él y
comenzó a besarlo de nuevo mientras sus manos recorrían incansablemente su cuerpo y acababa de
desvestirlo.
-Oye… yo me quería poner tierno -se quejó Nathan y Meli lo miró a los ojos. -¿En serio? ¿Y si te
pones tierno para todos los otros asaltos, campeón? -¡Me parece justo! –accedió él devorando su
boca.
La deseaba tanto que aquello de la ternura iba a matarlo de sobre excitación. Bastaban dos besos
para tenerlo duro como una piedra contra ella. La apoyó en la primera pared que había y Meli soltó un
gemido cuando sintió que Nathan tocaba con suavidad su centro palpitante. Se estremeció entre gritos
y jadeos mientras aquel deseo se concentraba en su vientre y entre los dos se desataba el caos.
Jadeos, besos sudor, manos que no alcanzaban para acariciar y bocas que no alcanzaban para
morder.
-¡Este es el maldito cielo! -gruñó desesperado mientras se metía una de las rosadas areolas en la
boca y chupaba con un suspiro de gusto. La sintió tensarse mientras metía un par de dedos dentro de
ella y los movía como si intentara rascarle una comezón muy antigua.
–¡Espera… ¿Qué…? ¡Nathan! –giro ella sintiendo como aquel latigazo de deseo se concentraba en su
vientre con ferocidad. Jamás había sentido algo como aquello, Nathan siempre le había provocado
orgasmos maravillosos pero aquello era distinto. Era morbosa la forma en que le recorría el cuerpo
Follow on NovᴇlEnglish.nᴇtdesnudo con los ojos, y cuando sintió su boca en su sexo supo que estaba a punto de gozar como
nunca. Nathan la lamía, chupaba y saboreaba mientras sus dedos jugaban en su clítoris y bailaban en
su interior, haciéndola
retorcerse de placer.
–Nathan, por favor… —-suplicó ella, sintiendo como su cuerpo ardía de deseo. -¡Quieta, muñeca, no
te muevas! – le ordenó él, manteniéndola pegada a la pared con su cuerpo. Eso, bebé, dámelo… – le
dijo mientras masturbaba con fuerza su vagina húmeda y resbalosa-. Así… dámelo, nena…
En cuestión de segundos Meli sintió que toda la fuerza de su cuerpo que escapaba en aquel clímax
maravilloso junto a una cantidad perfecta squirt que hizo reír a Nathan.
Ella gimió en su boca cuando él levantó una de sus piernas y se la colocó en la cintura para poder
penetrarla profundamente. Nathan entró en ella, centímetro a centímetro, sintiendo como sus cuerpos
se fundían en uno solo a medida que avanzaba.
-¡Este viejito todavía tiene sus trucos, niña! -susurró en su oído mientras Meli se aferraba a su cuerpo
y él comenzaba a moverse a un ritmo salvaje.
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Meli gritó, perdida en aquel torrente de placer que era el miembro de Nathan deslizándose dentro de
ella, abriéndola en canal mientras su sexo lo abrazaba y lo apretaba como si quisiera devorarlo.
-¡Dios, te deseo tanto! -gimió ella, perdiéndose en las sensaciones de su cuerpo una vez más – ¡Ahhh!
¡Más…, Nathan…!
-¿Más, nena, en serio?
-¡Por favor…! -suplicó. Mientras Nathan la penetraba, Meli sentía que su cuerpo temblaba y palpitaba
de placer. Arqueó la espalda y gritó mientras él empujaba con más fuerza. En un segundo estaba al
borde del éxtasis, y al otro Nathan la cargaba hasta el borde de la cama.
–Dame tus piernas-susurró con voz ronca y Meli obedeció, conteniendo el aliento mientras Nathan
pasaba aquellos dos brazos poderosos bajo sus rodillas y la abría completamente para
él.
Aquella posición la dejaba completamente vulnerable, y él no dudó en aprovecharlo embistiéndola con
fuerza, empujando aquel miembro dentro de ella una y otra vez, generando un sonido pegajoso a
medida que su sexo se resbalaba contra el suyo.
– ¡Dios, Nathan…!-gritó ella cuando él comenzó a bombear de nuevo. Sentía cómo tocaba su final y
presionaba todavía. El mundo se detuvo para Meli mientras sentía el placer recorrer su. cuerpo, y lo
único que pudo hacer fue agarrarse a Nathan y dejarse llevar por aquella locura
-¡Eso, nena…!-gruñó él mientras la oía gemir desesperada.
Los movimientos de Nathan eran cada vez más salvajes y apresurados. El único pensamiento que
rondaba por su mente era hacerla gozar lo máximo posible, quería verla correrse mil veces más y
correrse dentro de ella. Meli gemía entrecortadamente, agarrada a las sábanas, sintiendo todo el
cuerpo palpitando mientras seguían moviéndose frenéticamente, con cada potente embestida, sentía
que su deseo aumentaba, subiendo más y más, hasta que finalmente se vio consumida por un
orgasmo cegador.
La boca de Nathan se encontró con la suya, sus cuerpos chocaron en un abrazo perfecto y lo escuchó
gruñir su nombre mientras se corría con un clímax poderoso que estalló dentro de ella.
Agotado y sin aliento, se derrumbó a su lado y la atrajo para abrazarla. Aquel había sido el mejor sexo
del mundo para ambos; esa combinación salvaje y apasionada que los había hecho sentir como si
ninguna otra persona pudiera llegar a satisfacerlos nunca más.
-Te amo, Meli –Susurró contra su cabello y acarició su rostro mirándola a los ojos–. No he dejado de
amarte ni un solo día.
-Yo te amo más-murmuró ella.
Nathan la acarició despacio, como si quisiera aprender todo su cuerpo en la memoria de sus dedos y
de repente se detuvo sobre su sexo.
-Oye, ¿por dónde rayos salió mi hijo? iporque por aquí no fue! -se rio.
– No, no fue parto natural -dijo ella mostrándole una cicatriz sobre su abdomen que casi no se veía .
Los doctores decidieron que fuera cesárea por… bueno, ya sabes… -Se tocó la cabeza y Nathan se
incorporó sobre un codo para mirarla. -¿Y cómo va eso, nena? ¿Estás bien? —preguntó preocupado. -
Sí, hasta ahora sí. Me hacen chequeos cada dos meses, pero hasta ahora estoy bien. -Gracias a Dios
– murmuró él besándola.
Se acurrucaron juntos y el cansancio los venció al menos por una hora, hasta que las luces de un
coche despertaron a Meli, que se lanzó apurada de la cama.
-¡Mi marido! ¡Corre! ¡Levántate! -gritó y Nathan empezó a ponerse la ropa apurado hasta que se
detuvo. 6 – ¿¡Cómo que tu marido!?-gruñó al verla muerta de risa. -¡Ven, te voy a enseñar! ¡Hay que
salvarle el trasero a Rex! Nathan se puso solo el pantalón y siguió a Meli, que ya en pijama fue a la
cocina y agarró un sartén.
Un minuto después abría la puerta y le apuntaba con el sartén a Rex, que se besaba con una rubia en
un auto.
-¡Rex Lanning! -gritó Meli– ¿¡Cómo te atreves a llegar a esta hora y con una zorra!? ¿¡Es que no
tienes ningún respeto por la madre de tu hijo!? Rex salió del auto del auto a tropezones mientras la
rubia le gritaba. –¿Eres casado, infeliz? ¿¡Tienes esposa!?
—-¡Tiene esposa, hijo y marido! -exclamó Nathan afinando la voz detrás de ella y poniéndose las
manos en las caderas con un gesto teatral y luego llevándose una al pecho-. ¿Cómo puedes hacernos
Follow on Novᴇl-Onlinᴇ.cᴏmesto, Rex!? ¡Los tríos no se pueden hacen entre cuatro! ¡Solo te digo eso! 9.
Rex se puso a toser a todo lo que daba y la rubia le lanzó un tacón a la cabeza. -Asqueroso! ¡Borra mi
número, no se te ocurra llamarme! – le gritó mientras aceleraba el auto.
Meli levantó la mano y Nathan chocó los cinco.
-¡Misión cumplida!
Rex caminó hasta la casa y se plantó delante de Nathan, observándolo con severidad. —Meli me
contó lo que pasó. Lamento que tu hija haya pasado unos años malos por eso, pero de verdad
avisamos. -Lo sé –respondió Nathan. – Dicho eso, ese niño que está allá adentro también es mío. Lo
vi nacer, le he limpiado el culo y me ha meado encima. Mis padres son sus abuelos. Esta es su casa, y
yo también soy su familia. Antes de que te dé un ataque de celos pendejos de esos que te dan solo te
lo advierto: no vas a alejarlo de mí – declaró y no había en su tono ni una gota de humor. Nathan se
metió las manos en los bolsillos y asintió.
-Lo entiendo. Y no tengo ninguna intención de separar a tu familia – respondió Nathan-. Pero si me
permites, me gustaría sumar la mía a la ecuación. Rex asintió conforme.
-Bien… Vamos a necesitar una casa más grande -murmuro mientras empezaba a sonreír-. Y me viene
bien que hagan turnos para espantarme a las mujeres.
-¿No te preocupa tu reputación? -se burló Nathan.
– No, eres bastante bonito, aquí lo importante es tener buen gusto. Si creen que no soy gay se van a
acostar conmigo, y si creen que soy gay yo me acuesto con ellas para demostrarles que no lo soy –rio
Rex.
-¡Y eso es tener mentalidad ganadora! –se carcajeó Nathan palmeando su espalda mientras entraban
a la casa-. Ahora vamos a tomarnos el whisky de la paz.
Dos días después, cuando los asuntos con Kraft y la cuenta publicitaria de los Patriots estuvieron
concluidos, Meli acompañó a Nathan al aeropuerto.
– Voy a estar de vuelta lo más pronto posible -dijo Nathan cargando al pequeño James-. Dios, me
cuesta en el alma separarme de ustedes! -murmuró con los ojos cristalizados mientras besaba la
cabecita de su hijo y abrazaba a Meli.
-Solo serán unos días -dijo ella.
-Sí, solo unos días — aseguró Nathan. Paul también se despidió y casi tuvo que arrastrarlo para que
se subiera al avión, pero Nathan sabía que haber encontrado a Meli y a su hijo con vida solo era la
mitad de su felicidad, porque también tenía otra hija que desde hacía demasiado tiempo ya que era
infeliz. –¿Papi? –Sophia se sorprendió cuando lo vio haciéndole el mismo la maleta — ¿Qué pasa?
Nathan se agachó frente a ella y sonrió con una mirada luminosa. 2
-Vamos de viaje, mi amor. El abuelo, tú y yo nos vamos de viaje – le dijo abrazándola-. Voy a llevarte
al lugar más hermoso del mundo, porque quiero que vuelvas a ser feliz, hija. Solo quiero que vuelvas a
ser feliz,