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La Novia Equivocada Novela de Day Torres

LA NOVIA EQUIVOCADA CAPÍTULO 38
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CAPÍTULO 38. ¿Qué le hiciste? Amelie no quería beber, de verdad no quería beber, solo estaba

cansada, tenía hambre y quería irse, pero no quería caminar sola de noche hasta la residencia, así

que mejor esperaba a las siete borrachitas que iban con ella.

Buscó la nevera y se dio cuenta de que tenía un dispensador de agua y otro de soda, Agarró uno de

los vasos plásticos rojos que todavía había en un empaque limpio y echó una soda en él. Incluso

beberse un refresco era una tarea titánica, porque no habían pasado ni cinco minutos cuando un chico

tropezó con ella y le volcó medio vaso de soda encima.

–¡Maldición! –gruñó Meli poniendo el vaso a un lado y alcanzando las toallas de papel de la cocina

para secarse como mejor podía.

Por un momento se quedó quieta y luego levantó los ojos para ver que el apuesto muchacho seguía

frente a ella.

– Hola – dijo con una sonrisa profundamente ebria-. Siento molestarte tan tarde, pero me he

encontrado contigo esta noche por casualidad y quería decirte que me pareces muy guapa. Amelie lo

miró sorprendida, y luego se echó a reír.

Y sin dudas es una casualidad que no repetiremos. Mejor siéntate.

Meli volvió al refrigerador por una botella de agua y se la dio, y luego recogió su refresco para ir a

pararse en una de las ventanas. Observó las luces de la ciudad parpadeando en la distancia mientras

se apoyaba en la ventana, pero no habían pasado ni diez minutos cuando sintió que todo su cuerpo se

relajaba demasiado.

Sabía que no estaba borracha, aquello solo era un refresco, pero... Solo sintió una mano que se

afirmaba detrás de su cintura y alguien que tiraba de ella.

Escalones.

Escalones.

Tropiezo.

Una puerta

Su cuerpo rebotando sobre una cama. Meli trató de aguzar la vista y pensó que estaba soñando. O

mejor dicho, que estaba teniendo una pesadilla.

–¿Steph? –murmuró. – ¡Cállate mosca muerta! –gruñó Stephanie con rabia mientras intentaba quitarle

la ropa.

Meli luchó con todas sus fuerzas para evitar que Stephanie la desnudara.

–¿Qué haces..? – trató de gritar pero la verdad era que apenas podía mantener los ojos abiertos.

Stephanie sacó su celular y se lo mostró.

–¿Ves esto? ¡Tus malditas fotos de santurrona desnuda van a estar por toda la red para mañana en la

mañana! ¡Yo misma me voy a encargar de viralizarte, zorra! Y luego voy a abrir

esa puerta para que te folle quien quiera. ¡Veremos si después de esto el imbécil de Nathan te sigue

respaldando! Amelie abrió los ojos horrorizada, pero sentía que no había nada que pudiera hacer para

detenerla. Sus manos cada vez estaban más pesadas y el mundo era demasiado suave...

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esponjocito.... –¡No! ¡Stephanie! —grito desesperada y llena de vergüenza al sentir cómo le quitaba la

blusa, las lágrimas llegaron a sus ojos, pero antes de que pudiera gritar de nuevo algo pesado y

grande cayó sobre ella, tapándola por completo.

– ¿Qué coño te crees que estás haciendo!? –gritó Rex echando un edredón sobre Meli y sacudiendo a

aquella mujer por una mano.

Había escuchado las últimas palabras que le había dicho a Amelie y no estaba dispuesto a permitir

que le hiciera daño. No tenía ni idea de quién era, pero le quitó el celular y la empujó lejos de él.

–¿¡Tú qué haces metiéndote en esto, niñato!? ¡No es tu problema, vete de aquí!

–¡A ella no la vas a tocar! – gruñó Rex–– ¿Qué querías hacer con esta mierd@? ¿Sacarle fotos

desnuda, estás loca?

– ¡Devuélveme el celular!

–¡Ni de coña! ¡Lárgate de aquí! –Y en cuanto Stephanie hizo ademán de arrebatárselo Rex la levantó

por el cuello y vio la expresión de terror en sus ojos–. ¡No te confundas, no soy de los que le pega a

una mujer pero siempre hay una primera vez y estoy bastante seguro de que tú te lo mereces!

La soltó, haciéndola caer al suelo sobre sus rodillas mientras tosía aterrada.

–¡Te voy...! ¡Te voy a demandar! – gritó.

–¡Pues demándame! ¡Veremos quién puede más! Tu papi, el mío o el novio de Meli. ¿Quieres apostar,

estúpida? –gruñó con fiereza y a Stephanie no le quedó más remedio que salir de allí con la cola entre

las piernas.

Rex cerró la puerta con seguro y corrió hacia Amelie. Levantó la blusa del suelo y no se puso delicado,

ella seguía en brasier y no le estaba viendo nada.

– Eso, mete el brazo, ahora el otro... –Rex le cerró la blusa y se fijó que no le faltara nada-. Pues con

la pena, Wilde, no será al estilo princesa –dijo echándosela al hombro como si fuera un saco de

patatas y sacándola de allí – . ¡Su mochila! – le gritó a las demás chicas del salón, que enseguida

localizaron el bolso y se lo llevaron preocupadas — ¡Todas saliendo, en fila, a la residencia, ya!

Ni siquiera con los tragos que llevaban encima las muchachas se atrevieron a protestar. Varias

intentaron despertar a Meli pero era evidente que estaba muy drogada. Los dormitorios en la

universidad eran mixtos, pero Rex no cometió el error de llevarla al suyo, la dejó con una de las chicas

y estaba decidido a buscar a un médico o algo cuando un teléfono dentro del bolso de Amelie empezó

a sonar.

El muchacho sacó el celular y vio que era una llamada de Nathan King.

–ijoder, esto se va a poner muy feo! –murmuró, pero no contestar no era una opción. Quizás Amelie

necesitaba ayuda, después de todo aquella había sido una clase de agresión y no podía

ocultárselo a su familia—. Digame –contestó.

A diez millas de allí, Nathan se sentó en su cama de un tirón, con el corazón desbocado y la rabia

alerta en un solo segundo. –¿Rex?–gruñó– ¿Rex Lanning? –Sí, soy yo –¿Dónde está Amelie y por

qué carajo estás tú contestando su teléfono? – antes de haber terminado la pregunta ya Nathan se

había lanzado de la cama. – Meli... empezó a decir el muchacho.

–¡Pásame con ella! ¡Ya!

— No puedo. Meli está bien, está aquí conmigo –contestó él, intentando mantener la calma Pero no te

la puedo pasar porque está... bueno está...

–¡Te dije que no te quería cerca de ella! –gritó Nathan al otro lado de la línea–. ¡Lanning, si le tocaste

un solo pelo te juro que te mataré con mis propias manos!

Colgó la llamada y aquel Mercedes jamás había corrido más ni mejor que cuando Nathan pisó el

acelerador para llegar rápido a la universidad. En cuanto llegó se dirigió a la residencia estudiantil, a la

habitación donde Meli le había dicho que se quedaría, y apenas llegó al extremo del corredor vio al

muchacho caminando de un lado a otro.

Ni siquiera le dio tiempo a reaccionar, su puño se estampó contra la mandíbula de Rex, enviándolo

contra la pared y sosteniéndolo allí mientras miraba por la puerta abierta a Meli sobre la cama. La

distracción fue fatal, porque Rex se revolvió contra él y lo golpeó en el estómago. Nathan se tambaleó,

intentando mantenerse de pie mientras Rex le lanzaba un puñetazo al rostro, y cuando consiguió

recuperar el equilibrio terminaron ambos mirándose con odio.

–¿No eres lo bastante viejo como para preguntar antes de golpear? –espetó Rex–. Se supone que

aquí el inmaduro soy yo.

– ¿Qué le hiciste a Meli?–gruñó Nathan. –¡Salvarle el trasero!

– ¿Emborrachándola?

–¡Yo no la emborraché, no está borracha! ¡Puedes olerla y no le encontrarás alcohol porque no bebió!

–exclamó Rex sin dejarse intimidar. Desvió la mirada hacia Meli, que estaba tumbada en la cama, con

la cara pálida y los ojos vidriosos por las drogas que había tomado-. i Maldición, yo no la lastimé! ¡Solo

se la quite a una loca que la drogó y quería sacarle fotos denuda!

Nathan negó con impotencia y se metió a aquel cuarto. Revisó a Meli rápidamente, intentando

despertarla, pero ella simplemente no reaccionaba. Era verdad que no olía a alcohol, tenía toda la

ropa puesta pero estrujada y una manga de su blusa estaba rota. Nathan sintió que un monstruo

extraño despertaba dentro de él, con un instinto destructor que jamás en su vida había sentido antes.

Levantó a Meli en sus brazos y se dirigió a la puerta. – ¿La vas a llevar a un hospital? –preguntó Rex

con preocupación.

–¡Claro que la voy a llevar a un hospital! ¡Desaparécete de mi vista! –siseo Nathan, su voz goteaba de

veneno –. ¡Tienes suerte de que no vaya a matarte ahora mismo, pero te garantizo que esta

conversación no se ha terminado!

Nathan se apresuró a llevarla a su auto y la aseguró con el cinturón, apenas tomó carretera cuando vio

que un Ferrari plateado lo seguía. Ni siquiera tenía que preguntar quién era. Parecía que después de

todo el niñato quería morir esa noche. Sin embargo Amelie estaba primero.

Nathan la escuchaba susurrar su nombre y se le encogía el estómago solo de imaginar que la

hubieran lastimado, que le hubieran hecho algo. Llamó al doctor Benson y apenas llegó a su clínica ya

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lo estaban esperando. Ingresaron a Amelie de inmediato y Nathan acababa de explicarle al doctor por

qué debía revisarla cuando el Ferrari estacionó también en la entrada.

El doctor vio en las caras de aquellos hombres que había entre ellos una pelea en ciernes y tomó el

brazo de Nathan.

Señor King, las peleas, fuera de la clínica por favor.

Nathan asintió, saliendo y enfrentando a Rex a pocos pasos de su auto. –¡Tú tienes que ser sordo,

carajo! –espetó mientras avanzaba hacia él amenazadoramente ¿En cuántos idiomas tengo que

decirte que te alejes de mi novia?

–Pues si te hubiera hecho caso habría salido bastante lastimada, imbécil –siseó Rex-.¡Yo no le hice

nada! ¡Pero hay gente allá afuera que evidentemente quiere lastimarla, y no me da la gana quedarme

de brazos cruzados solo porque un celópata como tú me lo diga!

–¿Celópata? ¿Me niegas que andas detrás de ella como cachorro enamorado? – siseó.

– No te niego lo de cachorro, pero en lo de enamorado definitivamente te equivocas. –Rex respiró

profundamente tratando de hacer acopio de paciencia-. Vamos a dejar algo claro, King: No soy el

infeliz perdido por una mujer que no puede tener, no soy el hombre en las sombras, no soy el

personaje secundario de la historia ¿de acuerdo? ¡Me sobran las mujeres! i El problema es que me

sobran para follar! Lo que más me gusta de Amelie es que es una mujer con la que se puede hablar,

simplemente porque ella ya tiene su trozo de carne a la que hincarle el diente, jo sea tú! Así que para

que quede claro, literalmente lo que me gusta de tu novia, eres tú. ¡Yo jamás lastimaría a Meli!

Nathan se mesó los cabellos con impotencia. –¿Entonces qué mierd @ fue lo que pasó?

– Las chicas insistieron en pasar por la fiesta de Kappa antes de irse a dormir y Meli se me perdió

entre la gente. Le advertí que no bebiera alcohol, me dijo que solo agua, y sé que no bebió pero de

alguna forma la drogaron. Cuando la encontré había una mujer con ella, estaba tratando de quitarle la

ropa y Meli no se veía bien – le contó Rex–. La escuché decirle que iba a tomarle fotos desnuda y las

publicaría en internet, y que así tú dejarías de respaldarla.

Nathan levantó la vista y se puso pálido. Abrió y cerró la boca varias veces mientras su cerebro se

aceleraba, pero no llegó a hablar.

–OK, me doy cuenta de que eso te suena –murmuró Rex.

–¿Qué pasó después?

– Eché a la tipa, hasta la amenacé con golpearla y le quité su celular por si acaso. Luego me llevé a

las chicas de ahí, a todas de regreso a la residencia, son unas locas pero son mis

compañeras, no quería que les pasara nada –dijo el muchacho sacando un celular de su bolsillo.

Se lo entregó a Nathan y él lo encendió, tenía contraseña pero no necesitaba acceder, porque en la

foto de bloqueo aparecía una plástica y sonriente Stephanie Wilde. –¿Esta fue la mujer que drogó a

Meli? — roncó con rabia. –Sí, esa fue –confirmó Rex al ver la foto, pero antes de que Nathan pudiera

explotar, el doctor se asomó a la entrada de la clínica y le hizo un gesto para que se acercara.

– Señor King... tenemos que hablar sobre Amelie –dijo el médico con seriedad, haciendo que a Nathan

se le encogiera el corazón del susto. ¿Qué diablos le había pasado?