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La Novia Equivocada Novela de Day Torres

LA NOVIA EQUIVOCADA By Day Torres CAPÍTULO 8
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CAPÍTULO 8. Una elfa y un orco Amelie se dio la vuelta para ver a aquella pequeña. – ¿Sophia?–se

sorprendió al verla y se agachó para abrazarla. – ¡Meli! ¿Viniste a buscarme? – preguntó la niña

emocionada y Amelie sonrió mientras le acomodaba el cabello.

– No, nena, aquí trabajo. Pero es una linda casualidad encontrarte. ¿Cómo has estado? – le preguntó.

––Bien. ¿Y tú? ¿Ya no cojeas? – preguntó Sophia mirándola bien. —No, ya casi no... pero ¿cómo

sabes mi nombre? No te lo dije... — recordó Amelie. Sophia sacó la cadenita que llevaba al cuello y le

mostró la medallita que ella le había regalado.

– Me di cuenta después de que detrás había un nombre, estaba muy borroso, pero me pareció que

decía Meli... o algo así. ¿Te llamas Meli? Es que no estaba muy segura de si era tu nombre –

respondió Sophia entusiasmada.

– Me llamo Amelie, y mi madre se llamaba Melissa, a las dos nos decían Meli – respondió la

muchacha repasando la medallita con la yema del pulgar–. Esta en particular tenía el nombre de mi

mamá.

– ¿Tú tampoco tienes mamá? – preguntó Sophia y a Amelie se le hizo un nudo en la garganta porque

había entendido que la niña también era huérfana de madre. Ella había perdido a su madre siendo un

poco mayor que Sophia, y sabía que a cualquier edad era difícil.

–Me alegra que hayas estado bien, cariño – le dijo, cambiando inmediatamente de tema.

Sophia tiró de ella y la llevó a sentarse en su mesa. – ¿Puedes quedarte conmigo un rato? Te quiero

enseñar todos los dibujos que hice de ti... Cuando Amelie se sentó junto a Sophia, no pudo evitar

sonreír al ver la cara de emoción de la niña, que sacaba un dibujo tras otro, cada uno de los cuales

representaba una escena diferente de cómo la recordaba o la imaginaba.

–Son todos maravillosos – dijo Amelie, admirando los intrincados detalles y los brillantes colores de

cada dibujo-. Realmente tienes mucho talento, me dibujaste más linda de lo que soy. Sophia sonrió

con orgullo, claramente emocionada de que a Amelie le gustaran

sus dibujos. Mientras seguían hablando y riendo, Amelie no podía evitar sentir la ternura que inspiraba

aquella pequeña.

––Oye, pero veo muchos cuadernos de clases. ¿No tienes tareas?

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Sophia hizo un puchero y Amelie abrió uno de los cuadernos, que resultó ser el de matemáticas.

—––Ay, vaya... ¿Estás atascada con las tablas de multiplicar? – le preguntó. Sophia asintió, y Amelie

sonrió. Era una de sus materias favoritas, y sabía que podía ayudar a Sophia a superar esa parte

difícil del curso.

–¡Creo que puedo ayudarte! Me encantan las tablas de multiplicar. Pasaron juntas otro rato y

finalmente Amelie vio que era hora de irse. Miró alrededor y se dio cuenta de que en todo ese tiempo

nadie se había acercado a ellas. – Cariño, ¿con quién estás aquí? —preguntó. Sophia miró a Amelie

con una expresión de molestia en su rostro y luego negó.

–Estoy sola – dijo en voz baja, jugueteando con la medallita que colgaba de su cuello–. Mi padre está

en una reunión y su novia me dejó aquí tirada, para irse a pasear...

Amelie frunció el ceño, preocupada, al escuchar las palabras de Sophia. Sabía lo solitario y molesto

que podía ser quedarse sola, sobre todo para una niña pequeña que necesitaba tanta atención como

Sophia.

– No te preocupes, cariño – le dijo suavemente–. Me quedaré contigo un rato, į vale?

Amelie apretó los dientes, se sentía mal por la niña, parecía que realmente necesitaba apoyo en ese

momento.

“¡Maldit@ gente irresponsable! ¿Cómo pueden dejar a una niña tan chiquita sola en una empresa tan

grande?“, gruñía internamente. ¡No tenía ni idea de quién era el condenado padre de la niña, pero

difinitivamente la iba a escuchar! Sin embargo, una hora después, ya Amelie estaba que le salía humo

por las orejas.

–Sophi, ¿por qué no le haces una llamada a tu papá para que venga a recogerte? – le sugirió Amelie.

Sophia se puso rígida y negó de nuevo, esta vez con más énfasis.

– No, mi papá es un hombre importante — dijo, negando con fuerza—. A él no se le debe interrumpir...

¡Nunca! El corazón de Amelie se derritió al escuchar las palabras de Sophia. Podía

imaginar lo doloroso que sería para una niña pequeña crecer sin su madre y sin la atención correcta

de su padre. Tomó a Sophia en sus brazos y la abrazo fuertemente.

–No importa, para los padres los hijos siempre deben ser lo primero. Vamos. Con una sonrisa en el

rostro, Amelie llevó a Sophia a la sala de juntas donde la niña le dijo que estaba su padre. Quería que

él supiera todo lo que había hecho aquella tarde, y tenía unas cuantas palabras para decirle sobre su

deplorable comportamiento.

Sentó a la niña en una silla alejada, dio dos golpes en la puerta y para cuando esta se abrió, ya estaba

rezongando en tono bajo sobre lo irresponsable que era el idiota que había dejado a su hija sola.

– Me dijeron que el padre de Sophia está aquí reunido – dijo a la secretaria que le abrió la puerta.

–Sí, de hecho la reunión ya terminó, el señor ya sale.

– ¡Pues le dice al señor que más le vale apurarse, porque solo un muy mal padre, demasiado

irresponsable, deja a su hija tirada sola en una mesa de una cafetería! –gruñó Amelie–. ¡No tiene

quince, tiene siete años y esta es una empresa enorme! ¡No puede estar dejando a una niña sola así

como así! Deberían meterlo preso por abandono y por... y por... ¡por irresponsable! La puerta terminó

de abrirse de un tirón y la figura sombría de Nathan King se paró frente a ella.

– ¿De qué diablos estás hablando? –gruñó y Amelie quiso tragarse la lengua en ese mismo instante–.

¿Cómo que “padre irresponsable“? ¡Sophia jamás se queda sola, por ningún motivo! Amelie lo señaló

con un dedo tembloroso mientras fruncía el ceño. –¿Usted es... es el padre de Sophia? —preguntó

espantada. –Sí, Sophia es mi hija –siseó Nathan–– ¿Por qué pone esa cara? — Porque es como que

una elfa naciera de un orco. Esa niña es demasiado linda y usted... –pensó Amelie en voz alta y

Nathan hizo una mueca de frustración–. De cualquier forma ya está aquí, ya hizo su tarea y sus

dibujos, solo haga el favor de no dejarla sola en su próxima reunión. Intentó irse, pero la mano de

Nathan sobre su brazo la hizo detenerse. El CEO tiró de ella y acercó su cara a la suya en un

segundo.

—Yo no soy un padre irresponsable, y jamás dejaría a mi hija sola en una cafetería, ipor ninguna

reunión del mundo! ¿Ahora me quieres explicar por qué

carajos tienes tú a mi hija? –siseó con rabia hasta que una vocecita lo hizo mirar hacia abajo.

– Meli me ayudó a hacer la tarea, papá, y me estuvo acompañando porque yo estaba muy solita –dijo

Sophia haciendo un dramático puchero y Amelie apretó los labios para no reírse, porque Sophia era

más artista que ella para manipular. Nathan soltó a Amelie y estaba a punto de hacerle una pregunta a

su hija cuando escucharon un grito seguido de un taconeo furioso.

– ¡Sophia! ¡Qué susto me diste! ¿Por qué te fuiste de donde te dejé? ¡Casi me da un infarto! –decía

Stephanie conforme se acercaba, pero su caminar se hizo más lento cuando vio a Amelie allí.

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–¿Dejaste a mi hija sola en la cafetería? —la increpó Nathan con molestia y Stephanie se puso roja.

–Solo me ausenté un momento. Tenía una emergencia femenina y le dije que no se moviera de su

sitio. ¿Por qué te fuiste, Sophia? – le dijo Stephanie a la niña, intentando quitarse la carga de encima.

– Perdón – dijo Sophia con una voz triste que a Amelie le sonó muy fingida–. No sabía que las

emergencias femeninas duraban una hora y media, y la verdad es que tengo hambre. Papi, ¿qué es

una emergencia femenina? Nathan se puso colorado de la vergüenza, pero Amelie se acuclilló junto a

la niña y tomó sus manos.

e

– Nena, eso no se pregunta en público y menos a papá. Todavía no necesitas saber qué es eso, pero

te prometo que en unos años lo entenderás muy bien–le. dijo.

–¿Como la tabla del 9? —preguntó Sophia. – Exacto, como la tabla del 9, estoy segura de que un día

la entenderás.

Sophia abrazo a Amelie y un largo e incómodo silencio se hizo en lo que el guardaespaldas de la niña

llegaba y se la llevaba a comer a la casa.

–¿Tú que estás haciendo aquí? – siseó Stephanie en tono bajo en dirección a Amelie.

– Aquí trabajo. No hago nada importante, solo es un empleo menor... — respondió la muchacha

esquivando la mirada de Nathan y largándose de allí tan pronto como podía. Ya sabía que Stephanie

iba a hacer todo un escándalo cuando llegara a la casa.

Apenas se quedaron solos, Stephanie sintió la mirada inquisitiva de Nathan sobre ella.

–Es... es verdad que a Sophia le hace mucha falta una madre –murmuró–, Necesita... disciplina y...

sensatez, imucha sensatez!

Nathan inclinó la cabeza.

–¿Es una jodida broma? ¿La dejaste sola y todavía no ha comido? ¿Qué parte de que lo único que

debes hacer es cuidar a mi hija no se entendió en el acuerdo? — preguntó con tono gélido.

–Solo fue un instante, Nath... —Stephanie se mordió la lengua, porque ni siquiera se atrevía a

tutearlo–. Solo fue un desafortunado instante, le aseguro que no se volverá a repetir.

– Eso espero –gruñó Nathan antes de darle la espalda—. Mañana y todos los días a partir de mañana,

debes estar aquí a las tres y ocuparte de Sophia. ¡No quiero que esto vuelva a suceder de nuevo! 2

Y sin decir otra palabra regresó a la sala de juntas, menos convencido cada vez de lo que estaba

haciendo.