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Salvaje, era la denominación que se le otorgaba a un lobo cuando dejaba la manada, por voluntad
propia o desterrado. Aquel que se sometía a su instinto, a su naturaleza y era simplemente eso… un
animal salvaje de ojos rojos, uno más fuerte, más decidido, sin sentimientos, uno que era capaz de
infundir miedo hasta a un mismo alfa *** Las manos se desplazaban por su cuerpo desnudo y saciado,
no eran dos, no eran tres, eran cuatro y acariciaban cada zona sobre estimulando cada sensible
nervio. Los alimentos calientes a cada lado de su rostro y la calidez que tanto ansiaba y deseaba la
envolvía. Las dos marcas palpitaban deliciosamente a cada lado de su cuello dado la cercanía de sus
parejas, de sus lobos, de sus alfas. -Eres mía- -Eres mía- -Eres nuestra- declararon esos dos lobos
abrazando a la mujer de ojos rojos con una sonrisa de satisfacción en sus labios. Clara abrió los ojos,
después de tener un extraño, abrumador, pero acogedor sueño, encontrando la misma oscuridad que
la había acompañado los últimos dos días. Se sentó con el cuerpo adolorido después de dormir en un
colchón duro en el suelo y enfocó sus sentidos, mas no encontró nada. Aquella pequeña habitación
donde estaba encerrada no tenía más de dos metros de largo y ancho y las paredes eran tan sólidas
que no dejaba pasar el sonido. Su estómago gruñó pidiendo alimento, el cual no había recibido desde
que había sido encerrada, castigada por sus actos. Solo por haberse negado a hacer algo. Apretó las
piernas contra su pecho. Su padre solo estaba de muy mal genio y por eso la había encerrado allí. Si
hubiera estado realmente enojado tendía marcas rojas en su piel. Al menos esta vez no era así. El
sueño de nuevo volvió a su mente al cerrar sus ojos. Había sido realmente extraño y su nuca, allí
donde se encontraba su glándula virgen, palpitaban de una forma incómoda. Ella, una loba que a sus
22 años no tenía pareja y sin encontrar a su mate, qué hacía pensando nada más ni nada menos que
en dos. Eso era una locura. Además, ella con lo pequeña que era le sería imposible poder estar con
dos lobos a la vez. Pero más que eso… quién querría estar con ella. Una loba débil, con una vista
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la mayoría por su fragilidad. Todos los días se preguntaba si era correcto vivir, Si la Diosa Luna
realmente la quería para un compañero, para un mate. Y aunque su esperanza aún latía dentro de su
pecho, con cada año que pasaba la llama se apagaba cada vez más. No supo cuánto tiempo estuvo
allí, solo aspirando el denso olor a moho cuando la puerta fuera abierta. El sonido del metal chirriante
la sacó de su letargo, alzando la cabeza y encontrando precisamente al mismo que la había
encerrado. Entrecerró los ojos cuando la luz se filtró y la cegó por completo. Sus ojos azules, tan
claros como el agua, ardieron y se los cubrió con la mano, pero el olor que llegó a ella lo reconoció al
momento. -Padre- exhaló ella sintiendo la suave brisa que corría ahora al interior. -Sal de una vez, es
hora de trabajar- espetó Alester mostrándole los colmillos y con cara de asco antes de darse vuelta y
alejarse, no sin antes dejarle ver a Clara las marcas profundas de tres garras a lo largo de todo su
brazo, al esta alzar la cabeza pestañeando repetidamente. Ella tragó en seco sintiendo dolor de
estómago ante el hambre que tenía de no haber comido en mucho tiempo. Su padre era un lobo
grande, fuerte y bastante violento por naturaleza, así que no creía que hubiera sido fácil hacérsela y
no recordaba que él hubiera comentado sobre cómo se la había hecho. Con la duda se levantó
sintiendo un leve mareo y las imágenes de su propia garra, romper la piel ajena pasó por delante de
ella como un destello haciéndole soltar un gemido. Ella se quedó recostada en la pared detrás de ella,
jadeando y sacudiendo la cabeza confundida. ¿Qué había sido eso? Ella no recordaba haber atacado
a nadie y no era la primera vez que pasaba. No era tan usual, pero de vez en cuando venían destellos
de recuerdos de cosas de las que ella no tenía nada de conciencia. Sin embargo, cuando comenzó a
salir pudo notar la punta de sus dedos ensangrentados y eso le llamó la atención. -CLARA- pero el
grito de su padre la hizo temblar y salir corriendo detrás de él. Quizás solo eran imaginaciones de ella.
Sí, era eso. Ella nunca podría ser capaz de ir en contra de su progenitor. *** Débil Inútil No sirves para
nada Horrible Despreciable Asquerosa Defectuosa Esas y más eran palabras que Clara había
escuchado toda su vida en la manada. No sabía la razón por la que había llegado a ello, ni porque la
trataban así, quizás era por su debilidad visual que se veía aún más afectada cuando el sol estaba alto
en el cielo o cuando casi se quedaba ciega en la noche. Acaso era un fenómeno. Sí, era una loba
débil, sumisa por naturaleza, que solía bajar sus orejas y esconder la cola antes de enfrentar a algo o
alguien. Sin embargo, tenía buenos sentimientos y estaba segura que sería capaz de querer al igual
que como la quisiera a ella. Cuidaría de sus cachorros e intentaría hacer feliz a su mate. Era lo que se
había repetido una y otra vez, aunque a esa altura no sabía si tendría la oportunidad de expresar sus
sentimientos. Mas no era tiempo de estar pensando en eso. Ahora tenía que trabajar si quería ganarse
su porción de comida, pues estaban de caza y a pesar de todas las ofensas, rechazos e insultos, ella,
al tener uno de sus sentidos afectados, hacía que los demás estuvieran potenciados, lo que la hacía la
mejor rastreadora de la manada. Eso no la hacía especial. Para muchos podría ser un beneficio y
hasta un orgullo en su caso era una total maldición. Como mismo tenía que encontrar las presas, su
trabajo principal era avisar si había algún Salvaje en la zona y la mayoría de las veces hasta ser de
carnada para alejarlo, debido a ello había aprendido a correr realmente rápido para no ser atrapada. El
miedo de que un Salvaje te persiguiera era algo que muchas veces el quitaba el sueño y la dejaba
temblando por horas. Un solo lobo de ellos podía matar a tres de ellos sin contemplaciones, triturar los
huesos dentro de su mandíbula sin contemplaciones, destrozar la piel aun con su presa viva y no tener
arrepentimiento por ello. Y Clara era consciente que no podía dejar que se acercara a ninguno de los
miembros de la manada, pues ella sería, al final, la que pagara las consecuencias. Y su padre podía
ser muy creativo. Lentamente, se fue desplazando por el camino, con su cuerpo inclinado, su panza
casi pegada al suelo. Su pelaje color castaño claro se perdía entre las hojas secas otoñales de los
altos arbustos, eso era una ventaja para ella que estaba en primera fila, aunque ahora se encontraba
Follow on Novᴇl-Onlinᴇ.cᴏmsucio y cubierto de barro que ocultaba completamente su olor. Clara intensificó sus sentidos,
desplazándolos incluso a kilómetros, buscando presas y enemigos, encontrando que había un animal
grande y jugoso para la cena de esa noche, pues se efectuaría la ceremonia de emparejamiento de
todos los años. Había intentado no pensar en ello para no deprimirse. Al haber encontrado un objetivo
y ningún enemigo por la zona, para suerte de ella, alzó la cabeza y aulló de forma suave, pero que
llegaría los lobos cazadores a metros detrás de ella. Poco después los oyó correr, pasando por al lado
suyo y yendo directamente por su presa. Ella se sentó en sus traseros a esperar y mantener la
vigilancia en caso de que apareciera otra o… El cuerpo entero de Clara se tensó de pronto y alzó las
orejas. Un olor desconocido llegó a ella y la estremeció de pies a cabeza. Comenzó a temblar tanto
que sus dientes castañearon. Era un aroma denso, fuerte, incluso violento, mezclado sobre todo con
sangre que no la dejaba definir que era incluso con su olfato. Miró hacia atrás entrecerrando los ojos
para encontrar que a lo lejos estaban dos lobos solo a la espera, pero que no le prestaban atención. Y
aunque ese olor misterioso la asustaba, en partes iguales la hacía avanzar hacia él. Así que caminó
hasta que se encontró corriendo, adentrándose en el bosque. La luz descendió dado los frondosos
árboles y su vista se vio afectada aún más, por lo que dejó que su instinto la guiara. Sus patas
temblaban mas no se detenía. Después de unos minutos se dio cuenta de que se había alejado
demasiado del grupo y eso no sería nada bueno para ella. Se detuvo. Sentía el olor siendo más fuerte,
pero decidió que no iría más allá. ¿Y si solo la estuviera atrayendo? Ya era lo suficiente débil como
para caer en la tentación del olor que la llamaba, pero le preocupaba la fuerte esencia a sangre que
casi lo opacaba. Sacudió la cabeza. Su nariz picaba y su cuerpo se negaba a ir en el sentido de sus
pensamientos. Incluso le fue difícil dar la vuelta para irse cuando se petrificó. Detrás de ella escuchó
pasos que rompían las ramas debajo de ella. Todo el pelaje de Clara se erizó y miró hacia atrás por
encima del hombro. Le costaba mucho enfocar en medio de su nebulosa, pero aun así pudo definir, en
medio de la oscuridad, dos orbes completamente dorados que la enfocaban y se acercaban a ella. Y
Clara no supo esta vez sí correr o quedarse allí.